Daniel Burke: programa en WZRD (1988 aproximadamente)



En el blog de radio WFMU encuentro extractos del programa de una figura reconocida (no exactamente por mí) de la música experimental de Chicago, en el aire de una emisora freeform de la universidad pública de la ciudad. WZRD opera históricamente con fuertes principios de transmisión, como la libertad (probablemente obligatoria) con la que sus DJs exploran géneros musicales, tipos de sonidos y discursos emitidos sin restricciones comerciales o editoriales de ningún tipo, y probablemente con el horario del slot como único límite. Burke claramente aprovecha esta situación para intercalar la lectura de noticias con sonidos ambientales y loops que parecieran integrarse conjuntamente con el entorno lúgubre que rodea a las instalaciones de la radio, según su sitio oficial.

¿Podríamos darnos el lujo de forzar de esta manera los límites del lenguaje radial en el circuito, al menos alternativo o comunitario, de emisoras con planta física y compartida en nuestro país? ¿Hay algún ejemplo actual de programas con esta libertad de movimiento? ¿Se muestran estos caminos en los institutos que forman radioastas? ¿Cuán puro y limpio de periodismo/magazine podría ser lo que emitimos? Ir al primer link de este post para descargar unas 8 horas de, digamos, radio abstracta.

50 discos de 2011: cierre simbólico


El conteo de los mejores discos del año pasado se detuvo abruptamente en el puesto 7 por motivos laborales. Una vez conseguido el descanso considero que lo mejor es esbozar las razones fundamentales por las que elegí los 6 discos que quedaban por mencionar, cerrar el anuario musical y, una vez posteado esto, empezar a hablar de lanzamientos de este año (ya que radio semanal no voy a hacer durante 2012).

6


¿Qué pasó con el imaginario sobre los artistas? ¿Es posible tener alguna especie de fantasía sobre algún músico si estamos continuamente enterados de sus emanaciones? La ingeniosamente nula intervención en redes sociales de algunos músicos es un aspecto clave que quiero desarrollar en el puesto 1. Smoke Ring for My Halo es un disco sobre un Huckleberry Finn de las rutas contemporáneas, un papel que Vile puede ejecutar sobre el escenario (lo dirán mejor quienes lo hayan visto esta semana en Buenos Aires) con la facilidad de rockear con modorra y esconder la mirada con ese pelo hermoso. Las historias en las canciones no se anclan en el presente inmediato y particular, extensión de Twitter que John Darnielle supo pergeñar con anterioridad, si no en añoranzas de un pasado jovial y argumentos trazados desde frases hechas y pequeños actos cotidianos. La ventaja no es tanto imaginarse a un hombre sin reglas que vive en el camino (quizá sí para las chicas), sino más bien poder encontrar esos grandes momentos en nuestras vidas supuestamente ordinarias.

5


La canción del título, bueno, es sobre una mujer que arenga a un profesor a que dé 50 traducciones a la palabra nieve. Soy partidario de que las obras complicadas de inculcar a principiantes deben recomendarse y disfrutarse sin más. La intransigencia de este disco -no es otra cosa que la claridad de Bush sobre a dónde dirigirse- puede ser malinterpretada, como en el caso del último choclazo de Joanna Newsom, como un condicionante para empezar a buscar virtudes más o menos coherentes y distraer la atención de la duración de las canciones, la falta de asco a los silencios, al melodrama y al ensayo interlingüístico. 50 Words For Snow puede disfrutarse desde sus aristas más visibles: la generosidad de estribillos por canción, las Torres Gemelas como cumbres borrascosas contemporáneas para que aparezca Elton John, la posible cuica que marca el patrón en la canción del título. Una canción de 13 minutos tiene todo el derecho a ser pegadiza.

4


Combo extraño el de voz choppeada, saxo tenor y cuerdas en pizzicato para un disco de electrónica que llega a tener momentos bailables. Todo está dispuesto de manera excéntrica para dar luz al monstruo que nos habla en las canciones. A diferencia de la bruja sueca, vieja en la profesión que es Fever Ray, consciente y abogada de su condición, esta discípula urbana parecería estar narrando una historia de adolescencia, de alguien que empieza a divisar todo lo que tendrá que enfrentar al mismo tiempo que reconoce sus limitaciones para tal fin, con el cinismo propio de la edad encarnado en el uso poco ortodoxo que reciben los instrumentos.
3


No hay salvación del Rock, elogio desmedido al virtuosismo ni reivindicación de la juventud: Ty Segall es un pájaro libre y lo más probable es que salgamos lastimados si le ponemos todas las fichas. Lo frontal y concreto de Goodbye Bread, esa falta de humectación en la mano que nos pega la trompada, hace a las canciones atemporales, piezas de la ortodoxia glam producidas como jingles de los '50 en la baja fidelidad impostada de nuestros días. También debería ser un disco que resista el paso del tiempo y los efectos colaterales del palo artístico que Ty podría pegarse en cualquier momento.

2


Hoy todo puede ser objeto de la ironía: criticamos el laburo ajeno por Twitter o una foto romántica en Facebook y cuando nos metemos en la mesa chica o en una relación seria pasamos a ser las víctimas, a la vez que no hay logro o noticia impermeable al chascarrillo cibernético en algún punto. En ese ida y vuelta constante de la destrucción a la construcción en la que nos sumimos cada día, rara vez somos testigos de una muestra del dedo mayor tan sutil, contundente y excelsamente engendrada. Arquear la ceja pensando en el tipo de personas que mencionan las canciones (algunas veces podemos señalarlas, otras veces somos nosotros), mientras sin darnos cuenta nos hundimos en el barro de una rotación momificada de canciones en una AM: bra-vo, señor Dejar.

1


Misterio es el McGuffin con Shabazz Palaces. Misterio de no saber nada de sus miembros cuando ya habían lanzado dos EPs, de no tener la mínima idea sobre los sampleos de las canciones, qué instrumentos se usaron, qué se tocó en estudio y qué se sampleó, qué onda con los títulos de las canciones, qué significan las letras, y sobre todo la magia de que, si bien ya se conocía la identidad de los dos integrantes, nunca tuvimos en las redes sociales un relato constante que los humanice. Son científicos locos, magos, jazzistas, cualquier cosa que uno quiera imaginarse.

El sonido post M.I.A. de Shabazz Palaces y Of Light se dirigió a un terreno propio y nuevo en Black Up. Canciones con cero o dos basamentos que se improvisan en vivo con posibilidades ilimitadas (nuevamente el misterio), fraseo preciso de letras que parecen robadas a un testamento religioso oriental y una producción bielsista que permite, y por favor prueben esto, poner el volumen al máximo y descubrir más sonidos a los costados en vez de aturdirse.

Los mejores discos de Hip-Hop en los últimos tres años tienen en común su capacidad de ser tomados por otro objeto artístico, sin otra necesidad que la mental para pensarlas en otros soportes: si Only Built 4 Cuban Linx... Pt. II podía imaginarse como un musical de Broadway sobre la vida callejera más allá de cualquier ícono vendible, y My Beautiful Dark Twisted Fantasy como una masturbación a la altura estética y discursiva de los bufarras del Saló de Pasolini, Black Up tiene el agregado de no saber decirnos exactamente a dónde nos está transportando, mientras nos lleva en una alfombra persa por el aire.