El Blues de Herzog



El afiche es completamente engañoso respecto a la película que representa, aunque resultaría imposible plasmar sus principales virtudes gráficamente sin espantar a potenciales espectadores. La escena en la que Terence McDonagh (seguramente el mejor papel de Nicolas Cage) le pide a uno de los matones de Big Fate que dispare otra vez sobre el recién asesinado para matar a su alma danzante, mientras suena un intenso Blues de Sonny Terry, es la muestra fiel de cómo Herzog trasciende desinteresadamente cualquier hábito del cine policial en orden de contar una historia -otra historia- sobre la locura.

Como Don Lope de Aguirre, pero muy lejos del Amazonas y los tiempos de la conquista española, McDonagh encara su misión guiado solamente por su instinto y la necesidad de calmar sus adicciones. Con frecuencia, él mismo es quien entorpece el éxito de su investigación, metiéndose en todos los problemas en los que un policía estadounidense puede involucrarse actualmente y llegando a arriesgar todo lo material y humano con lo que cuenta. El guión de William Finkelstein, con descuidos técnicos como iguanas que son dragones barbudos, apuestas deportivas incorrectas, caminos mal tomados a un casino y un desenlace muy atropellado, termina siendo efectivo y lógico: McDonagh no puede resolver sus problemas sino de un plumazo, en cuestión de horas y llevando su vida, la de sus colegas y la de su familia al límite. Está muy solo y drogado para lograr soluciones diplomáticas o legales, pero en la perfecta inestabilidad mental para jugarse la vida y salir victorioso. Tampoco está en Herzog la intención de retratar todo lo que sucede de una manera humana: Un maldito policía... es para él una mera pausa entre todos estos años que pasó en los rincones más alejados de la civilización y sus costumbres.

Un maldito policía... expone a Herzog filmando una historia que transcurre en la Nueva Orleans post-Katrina, como siguiendo una vieja regla del mercado cinematográfico para instalar la película entre una comunidad que necesita ver su universo plasmado en la pantalla para resurgir del desastre. Retratando la pesadilla constante de un hombre que no sale de sus problemas y ya está metiéndose en otros peores, que intenta lidiar como puede con su dolor físico y emocional, y que no sabe de finales felices, así impliquen ascensos de rango, la futura paternidad o apuestas ganadas milagrosamente. La sociedad está más podrida que el agua que inunda las cárceles, y Un maldito policía... es el Blues de Herzog al respecto.

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