MARFICI 2011: un festival es un equipo de fútbol



En primer lugar tendré que admitir que no asistí lo suficiente como acreditado al MARFICI, entre horarios presabidos, contratiempos y cansancio. Sólo pasé 4 veces por el complejo que aloja a las 3 salas utilizadas durante las 8 jornadas de la muestra, asistiendo a la vergonzosa cantidad de 7 funciones. En lo que respecta a cuestiones éticas de este oficio siempre quiero estar cerca de la intransigencia moral de Ricardo Iorio, así que quisiera pedir disculpas por no haber aprovechado debidamente el privilegio que me dio la organización del festival. En serio, porque yo después veo estas cosas y soy el primero en quejarme.

De todas formas asistí lo suficiente al festival para poder señalar ahora falencias y aciertos. Cuando anticipé en este blog las últimas dos ediciones del MARFICI me preocupé por contar que hasta 2007 inclusive fue un evento que mostraba un crecimiento muy serio, erigiéndose como una contrapartida artística genial al festival del otro semestre, quizá con menor infraestructura pero con muchos aspectos en los que estaba bastante adelantado. El MARFICI no se realizó en 2008, cuando el festival del INCAA decidió cambiar de fecha, y volvió al año siguiente en franca desmejoría, con la pérdida de programadores como José Miccio, que una vez ausente hizo notar la enorme tarea que realizaba. Desde entonces el MARFICI lleva ya 3 ediciones, en las que debió armarse desde cero y no en el punto que había dejado antes de su pausa, perdiendo películas, invitados y espacios de reunión o proyección cada año.

Hasta su reducción, el MARFICI mostraba una estructura artística en la que Miccio parecía ser el armador de varias secciones, y de un perfil más o menos homogéneo en las películas de las competencias y algunas retrospectivas, mientras el resto de los programadores hacían sus juegos bien diferenciados en secciones de géneros o estilos particulares. Desde su regreso, el timón de las secciones principales quedó distribuido entre Miguel Monforte, Guillermo Colantonio y Diego Menegazzi (desconozco la incidencia en la selección de Verónica Paz y Ricardo Aiello, otros programadores de esta edición), que intentan mantener el equilibrio entre lo antropológico, lo heterodoxo, lo socialmente urgente y lo relativo a otras artes en la distribución de las películas elegidas, pero dentro de cantidades cada vez menores. Sobra decir que hablamos de personas con un buen criterio para programar un festival, más allá de algunas elecciones desacertadas, pero el problema es que éstas se profundizan en el marco de una programación pequeña, en la que el estilo predilecto de la selección de los programadores es más o menos conocido. Y en la escasez de secciones más lejanas cinematográficamente, el protagonismo de estas selecciones se acentúa, cerrando el espectro de un festival que era reconocido por su amplitud. La programación se completa con muestras nacionales y locales (de calidad irregular pero de existencia fundamental) y con una selección del Festival de Cine Inusual de Buenos Aires, con una mayor amplitud de géneros pero con la misma concepción de Desencuadres, la sección característica de Menegazzi, cuyo estilo parece colarse cada vez más en el resto de las secciones de la muestra.


Desde esta actualidad, el MARFICI debe plantearse objetivos acordes a sus intenciones. Como a la hora de parar once tipos en la cancha, hay que revisar cuáles son los recursos disponibles, las virtudes y debilidades y, sencillamente, el presupuesto con el que se cuenta. La estructura escuálida -en comparación con su primera etapa- que presenta el festival desde su regreso es perfectamente aceptable: hay nichos cinematográficos casi exclusivos, seleccionados con coherencia; una plataforma para la exhibición del cine marplatense que no tiene igual y un acercamiento útil de películas que no suelen traspasar el circuito porteño durante el año. Lo que el evento no puede permitirse más, cualquiera sea su magnitud, son los distintos errores y horrores que aquejan cada edición: alguna vez fue la falta de acreditaciones durante todo el festival, o de grillas durante varias jornadas, o condiciones pobrísimas de exhibición, pero este año se trató de un catálogo -como siempre- gratuito y bien escrito pero cuyo índice entorpecía seriamente la consulta rápida previa a la elección de funciones, una grilla que entre números y letras incorrectas (literalmente atrasa 10 años al festival, y menciona a cierto cine "Roxi") y una organización por sala en vez de por fecha provocaban confusiones para elegir películas entre apenas tres cines, y las demoras en el comienzo de las funciones, inevitables ante la sequía de salas y muy irritantes si la idea era ver algo a la noche.

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