MARFICI II

Sale en revista La Otra; en kioscos porteños o, en Mar del Plata, en librería Alejandría.

LA VERDAD DE KOWALSKI

En vano podemos acudir a un film de Kowalski si en él esperamos encontrar planos reveladores, excelente fotografía o un ensayo objetivo y puntilloso sobre un fenómeno social. Lo que obtenemos, en cambio, parece simple a nuestra vista, pero surge de un trabajo complejísimo con los personajes, sus acciones y los lugares que habitan y frecuentan: es la más pura verdad. En primer lugar, Kowalski logra internarse en los rincones más íntimos de los entrevistados, sean un secreto ocultado por años o medidores de energía ilegales en el fondo de la casa.

Y en este punto entra en juego la manipulación (en un buen sentido, sí) a estos personajes, tan misteriosa para lograr que su madre narre con fluidez los horrores que vivió en Polonia y Liberia, recreando un desmayo y hasta a una mujer comiendo piojos, o explícita, mostrando cómo un policía pasa de echarlo de una base aérea para ser, segundos después, su guía por el lugar.

Difícil de explicar es el tratamiento que le da a sus criaturas. Es paternalista. Totalmente paternalista, mejor dicho. Los escucha, los comprende y hasta puede identificarse con ellos, pero puede también delatar sus flaquezas con la misma dedicación, mostrando sus destinos o, simplemente, las consecuencias de sus actos. Cuando filma el cadáver de Gringo en la morgue (East of paradise), solamente le comunica que están realizando su última toma juntos. La condena, la decepción o la sorpresa corren por cuenta del espectador. Pero esto no evita que los muestre como personas respetables, aunque por horas sólo sepan hablar del efecto de las drogas, y de cómo conseguirlas. Aun sin admirarlos artística o icónicamente, es imposible no percibir la humanidad de Gringo o Dee Dee, sus ganas de reflotar, o de al menos cambiar un poco sus vidas.

Mencionaba las “limitaciones” técnicas de su filmografía. Éstas, sin embargo, potencian los climas que presentan las películas. Son, por supuesto, determinaciones. El blanco y negro de fotografía arenosa en Rock Soup, con la cámara moviéndose torpe, termina acompañando la penumbra que cubre a los homeless, a la que ineludiblemente nos integraremos, aunque sea por una hora y pico. La otra gran (y supuesta) falencia técnica aparece en la estructura narrativa de sus documentales. Las historias no están acompañadas de material de archivo, informes periodísticos o datos en ningún formato, y la información queda reducida a lo estrictamente cinematográfico, a lo que se encuentre en el camino. Nada más acertado.

La trilogía polaca es el espacio donde Kowalski muestra el fin de una vida (Gringo en EOP), o de un estilo de vida (Piotr en The boot factory), y las reflexiones sobre el pasado, propio y ajeno (nuevamente EOP); además de ver con incertidumbre la dirección de sus futuras películas, lo que se evidencia en la tibia Winners and losers. Al no poder vislumbrar cuál será su próximo paso, lo cierto por ahora es que, vaya donde vaya, y si el personaje cumple, Kowalski dignifica.