BAFICI 2013


El primer efecto que provoca el rejunte de 473 películas podemos notarlo leyéndonos unos a otros: hay infinitos BAFICIs posibles de vivir. Procedo a hacerme cargo solamente del mío, un encuentro inesperado pero bienvenido con la parte más introspectiva de la cinefilia (algo perdida cuando el festival es en Mar del Plata, porque las chances de cruzarse conocidos crecen y en la ciudad donde se vive uno sigue con su rutina) que mutó en un viaje de egresados con algunos colegas de mi edad. Fue mi estadía más larga en la ciudad y mi primera vez lidiando en serio con las distancias, los cortes, las marchas y los colectivos. Todo en contexto de tiempos festivaleros: pasé mis últimos dos días confinado en el departamento que me hospedó, nulo el deseo de salir por un par de películas más.

La última vez que había pensado un rato en la cuestión, parecía que algunos directores argentinos habían encontrado buenos resultados en trabajar con actores del teatro under, buena química entre nociones del espacio y el discurso y las cámaras que las captaban, manejadas por gente que de no ser parte de ambos ambientes ya habían formado cofradías de artes mixtas. Lo visto en este BAFICI fue más intenso, una entrada bastante seria de la expresión corporal en la ecuación de las películas, no tan difícil de notar en las estrenadas hace apenas un año (Dioramas, por supuesto) pero imposible de ignorar en la sumatoria de ejemplos de esta edición. Las amigas, Mujer lobo y Viola hacen uso del cotoneo femenino en espacios reducidos, aunque por argumento son distintas las voracidades y las intenciones. También varían los resultados: en los dos primeros ejemplos los movimientos humanos y de cámara buscan dar con ciertos signos que sobrecargan innecesariamente de sentidos a los apetitos carnales de las chicas involucradas. Por cuestiones de guión, Viola acude a la tensión de momentos mucho más cómodos a la moral del espectador, en cuatro grandes escenas donde la ferocidad de los personajes por morfarse no pierde el estilo cuando las actrices se mueven por el living de un departamento minúsculo, ni cuando la cámara se acerca a las miradas bastante cargadas de ganas (dentro de unos párrafos, igualmente, no serán todas flores para la de Piñeiro). El caso más obvio en este apartado también es el mejor: Los posibles de Santiago Mitre se retiró tapada del festival, por películas mejores o más esperadas, por su duración y por no querer escapar demasiado de ser un espectáculo de danza y expresión con un par de perspectivas extras. Se me escapa el límite entre lo que aportó la filmación y lo que la obra traía desde sus presentaciones previas, pero Los posibles se enchastra en el imaginario suburbano  de una publicidad de Nike sin caer en sus clichés. Hay un intervalo que parece salido de 2001: odisea del espacio y que separa de manera incómoda a los dos números musicales, pero que el único momento de cine más bien "puro" no funcione no quita que las dos partes principales no sean muy disfrutables. Genial banda sonora y quichicientos trucos de cámara sobre el recorrido de los bailarines: ninguno sobra.

La controversia caprichosamente causada y resuelta respecto a la mesa de la revista Kilómetro 111 se produjo casi al mismo tiempo en que la Metropolitana avanzaba brutalmente sobre los acampantes de Sala Alberdi, a falta de mejores ideas para solucionar el conflicto de fondo o poder recuperar control del complejo. Mientras escribo esto, además, la misma situación se está viviendo con el taller del Borda. A esta altura lo más certero es notar (no es que sea muy difícil hacerlo) la total falta de cintura que hay desde el macrismo y los funcionarios en áreas culturales para lidiar con los aspectos menos cómodos de sus gestiones (otros calificativos más fuertes fueron utilizados en su momento, y en otros ámbitos). La ausencia de la mesa en el programa de actividades no es la constancia física de las desprolijidades cometidas para hacer enojar a gente sin necesidad, porque justamente no salió impresa, pero un buen ejemplo a mano es la suspensión de la charla con Hong Sang-soo, el principal invitado del festival, pobremente notificada y que de hecho causó que algunas personas fueran al Centro Cultural Recoleta a encontrarse con una actividad distinta. Eso sí, de los problemas operativos, políticos y éticos, ninguno llegó siquiera a rozar mi experiencia personal de festival. Ni siquiera el hecho de que este blog aloje al Bafileaks. Si llegó a existir un cuestionamiento o reflexión al respecto, desde quienes me otorgaron o podían denegarme la acreditación, se agradece la salida positiva, a menos que ahora mismo se estén enterando del emprendimiento paralelo.


La mudanza pareció haber molestado menos de lo esperado, aunque es cierto que me moví una sola vez hasta Caballito, sin ningún apuro, y la caminata desde Recoleta al MALBA servía de ejercicio diario. Sólo pasé 5 días yendo al Abasto, cuando había estado en la edición 2010, y no llegué a apreciar la diferencia de precios o contextos barriales. Pero puede resultar bastante embolante para el paisano marplatense quedar completamente librado a la potestad colectivera, y para el quilombo de horarios el subte era el perfecto aliado. Si Village es realmente más amistoso que Hoyts con el festival habrá que intentar achicar las distancias, incorporando salas más cercanas (¿Atlas Recoleta?) y ordenando secciones y formatos entre las sedes para no forzar a viajes incómodos en las grillas. Aunque esto último seguramente nunca no tenga solución.

Leviathan fue la película con la que arranqué mi festival, y habiendo visto cosas tan o más buenas, no llegué a cruzarme con nada parecido: es el registro crudo y bastante turbio del trabajo completamente normal en un barco pesquero. Si se proyectara en Mar del Plata su tono lúgubre podría cargar las tintas sobre los problemas crónicos de los trabajadores de la industria, pero limitándonos al perímetro del cine, Leviathan toma las imágenes de un laburo quizá un poco alienante y asqueroso, para transformarlas en escenas de una película snuff practicada sobre los pobres pececitos, que llegan a salpicar la lente con sus tripas y ojos salidos. El truco es lo directo que llega a la mesa lo filmado; el ruido es ensordecedor siempre que puede y las postales logran ser tan potentes como el olor en ese barco, que por suerte el cine no contempla. Incluso así no se priva de presentar momentos estéticamente agradables, sin vueltas: la transición del barco navegando en aguas crispadas a la ducha muy tranquila de uno de los marineros es maravillosa.

Hubo quienes cortaron la actividad festivalera para asistir por un rato a alguna de las concenctraciones por el 18A. Muchas de esas personas fueron entusiastas respecto a El Olimpo vacío, el documental con Juan José Sebreli exponiendo oralmente las objeciones de su libro a las figuras del Che, Evita, Diego y Gardel, y que contó con función privada para Mauricio Macri y otros funcionarios y figuras seguramente no muy kirchneristas. Dejamos en un costado todas las consideraciones sobre Sebreli, los cuatro íconos y los cinéfilos que fueron a la marcha o a la función exclusiva: el documental se conforma con hacer oír algunas hipérboles desde ambos lados ideológicos, ayudado por la nula intención de Sebreli, las figuras que la película elige para defender a los íconos y los personajes que aparecen en el material de archivo de relativizar alguna cuestión. Cafiero desbarranca criticando la sexualidad del protagonista, hay un montaje muy grasa entre el audio de una publicidad futbolera de Quilmes con imágenes de la dictadura y Sebreli se posiciona como un Iorio para viejos lectores de revista Sur. El Olimpo vacío se agarra de los exabruptos y las opiniones de menor sustento y así pierde cualquier chance de movilizar políticamente. Casi un contrapunto a la meseta cinematográfica de izquierda que es el documental sobre Néstor.


Loza y Fund tendrán otro buen año en lo cinematográfico. La Paz hace equilibrio perfecto entre una cabeza acomplejada y distintas maneras de vivir representadas a su alrededor, sean por clase social o necesidades personales. El reencuentro con sí mismo que tiene el personaje principal (tremendo Lisandro Rodríguez, aunque todas las actuaciones en la película lo son) no es una apuesta menor: La Paz se conecta de manera franca y concreta con emociones en ambos extremos del ánimo, una movida siempre más adjudicable a dramas del mainstream, cuando el circuito festivalero, seamos sinceros, nos acostumbra a historias donde los sentimientos están más bien dopados en un estado más neutro. Cuando puede predecirse por dónde van a anudarse y resolverse los asuntos de la película, hay que dejarse llevar y tocar por las bolas de nervios que implican serenarse de una buena vez. AB fue, por su parte, lo mejor que vi en este BAFICI. El tour que emprenden las dos chicas resulta perfecto para trazar un mundo en el pueblo donde viven (podría saberse cuál es si se empezara investigando desde las sucursales de Grido existentes), capturar los hermosos momentos de morondanga que al menos por acá hacían a una amistad en los 90, refugiarse en la espiritualidad para intentar explicar el magnetismo cósmico que es una amistad bien entendida, y apreciar a cachorritos durante casi una hora, incluyendo cachorritos en 3D en los últimos diez minutos. ¿Y saben qué lindo se siente ver una caminata en ojotas por una calle de tierra, pero en 3D?

Cuando se calmó el barullo de las decisiones más improductivas, el BAFICI pareció haberse conformado con la camaradería bastante protegida que se mantuvo en el aire. Y muchas cosas, tiene razón Seijas, quedaron sin charlarse, ni qué digo resolverse. Hace un año se rechazó injustamente a Tierra de los Padres,  antes de llegar a esta edición se despidieron programadores (y ahora viene la parte discutible) por e-mail, sucedió lo que ya mencioné con la mesa de Kilómetro 111, y una vez cerrado el evento no se dieron explicaciones muy claras de qué pueda llegar a suceder con el presupuesto, el precio de las entradas y la autarquía.

Asistimos a Viola con las descripciones previas causadas por la gira de la película por distintos festivales. ¿Shakespeare explícito e implícito? Sí. ¿Las actuaciones que no podrían ser mejores con otros actores? Están. ¿Cámara magistral, fotografía tan o más linda que las actrices? Más bien. ¿Rohmer en Palermo Brooklyn? No sé si habré leído eso en algún lado, pero lo percibí y está perfectamente ejecutado. Los trucos que se esperaban están bien ubicados y son completamente reconocibles, y por eso lamento que la película no supere la hora de duración. Esto provoca que los cruces amorosos y sexuales se reduzcan al encuentro ocasional de sus protagonistas o la voz de Viola describiendo el culebrón al final, desperdiciando la chance de que los flirteos se produzcan plenamente (esto sí pasa en la escena del levante en casa de Sabrina, y jamás pensé que me iba a calentar tanto por dos minas recitándose una escena de Shakespeare veinte veces seguidas). Las charlas más sueltas se van acumulando y casi no hay tiempo para que entre los diálogos se cuelen las miradas, los silencios y las persecuciones teatrales que se hacen estos hipsters adorables, como si fueran patrulleros y ladrones en una autopista. Es lo más parecido a ver un documental sobre animales depredadores en fast forward.


He visto más películas de las que comento en este post, y la única omisión injusta sería hacia El gran simulador de Néstor Frenkel, documental que no se achancha en salir a jugar con René Lavand adelante, y hace una -gran- película aparte con las cosas que pueden pasar en Tandil y en su casa. Los gifs que ilustran esta crónica pertenecen a películas de Adolfo Aristarain, exhibidas en una retrospectiva de altísimo efecto terapéutico para mí. Genialidad única en el cine nacional, que es aquella de personalizar inconfundiblemente una coproducción con España, un número musical puesto por encargo o un thriller demasiado fuerte para Argentina y 1981. Fue un viaje de amistad, nuevas y buenas personas, despedidas y un quilombo indescriptible de emociones, muchas descargadas en llanto viendo las películas de Aristarain.

BAFICI 2013, primeras palabras


Antes de subir el balance personal del festival, al que asistí en toda su extensión, comparto dos audios radiales en los que intervine durante la semana pasada. Con Zurita el Deejay hicimos una versión modificada de Pink Moon Radio, pasando música negra y comentando lo visto y oído en el BAFICI, y unos días después hablé por teléfono con la gente de Autopista del Sur: derecho al cine, por AM 750, para presentar el Bafileaks y discutir un poquito sobre piratería. Justo después de que termina el audio que me pasaron (¡no es que dije eso último y me levanté del móvil!) Sergio Nápoli dio sus argumentos en contra, pero obviamente todo fue en muy buenos términos.