BAFICI 2014


Muchas de las críticas al BAFICI son recurrentes en señalar la impronta fuertemente macrista que tomó el festival. Todo lo que se dice no deja de ser cierto, pero puede pecar de cierta ingenuidad al creer que esa calificación de "macrista" pueda ser tomada como algo negativo desde la dirección. Porque más allá del antikirchnerismo rabioso que profesen Panozzo y amigos, las dos últimas gestiones no parecen haber peleado demasiado por ciertos principios como el presupuesto (este año aumentado en un 20% pero comido por la coyuntura), la autarquía o el precio de las entradas, y más bien accedieron con demasiada parsimonia a meter famosos falopa en los cocktails para las fotos, mantener o aumentar la cantidad de películas para demostrar gestión e invocar a la devaluación con insistencia. Está claro que las cotizaciones y la burocracia aduanera complican las gestiones, pero resulta ridículo en ese marco intentar mantener el glamour tácito de las 500 películas, y encima solventarlo con el encarecimiento de la entrada, lo que aleja todavía más al espectador de la chance de abarcar de alguna manera razonable esa selección.

De hecho, las 500 películas vienen siendo una decisión incomprensible desde hace años, un derroche de plata y esfuerzo para traerlas que, además de implicar encontrarse demasiado seguido con cortos de hace dos años y destino de extras de DVD, disuelve en la mezcla general a los estrenos, hallazgos y retrospectivas que merecen mayor atención. Hace falta más pragmatismo para llegar a entender que llenar la grilla con caprichos personales y proyectos de tesis deriva en dar tres míseras funciones a la nueva de Jarmusch que, buena o mala, después no se va a estrenar comercialmente. Mar del Plata hace lo mismo cuando dispone medio festival para películas latinoamericanas con antropología de novela brasilera: no encuentra un equilibrio entre la exposición de la propia postura sobre el cine actual y cierta responsabilidad de estrenar adecuadamente las cosas sobre las que se lee todo el año en festivales extranjeros, y que en el mejor de los casos pasan unas semanas en un Arteplex mientras todo aquel que tenía ganas de verla ya se bajó el torrent. Los hechos me terminan contradiciendo, porque medio San Martín está muy bien para A Sunday in Hell un día de semana, Mamele se colmó de bobes el mismo lunes, la gente agotó una función en el Belgrano para ver 3 horas de Lanzmann, las muestras de cortos se llenan con los amigos de los directores y cualquier engendro termina bien asistido cuando se agotan las cosas buenas. Por otra parte, las conexiones entre cines serán un dolor de huevos pero este año la experiencia en Recoleta me tapó la boca: le encontraron la vuelta al Centro Cultural y es muy excitante intercalar alguna película áspera en el Village con Talladega Nights tirado en un puff, con alguna mesa de debate, con alguna charla a la salida del cine y con un corto de la UPA del que nadie tuvo idea en 50 años. Esa posibilidad de llenar huecos entre funciones con recreos en alguna de las exposiciones aporta mucho más al ambiente de cine 24/7 que el festival quiere imponer. Mi planteo anterior apunta a la sobreoferta en todas las líneas, que deja menos satisfacción que frustración por la imposibilidad de distribuir varias buenas ideas en un calendario más amplio, en vez de hacer que se maten entre sí en diez días.

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La delegación cordobesa llegó con paso firme y resultados dispares. Atlántida teje una historia coral entre los personajes -mayormente chicos muy bien dirigidos- en el pueblo homónimo, apuntando con mucha ambición a un día trascendental para todos en un lugar anodino, alterado por una feria de apicultores. En la descripción de la pegajosa fiaca del alpedismo veraniego en un pueblo -dardenniana marca personal de la cámara sobre las nucas-, Atlántida es El ciudadano Kane, y en romper ese esquema la película se va desgastando. Barrionuevo pretende que todo lo posible le pase a todos sus personajes, con toppings de lluvia torrencial, amores prohibidos y conflictos de clase, y la solemnidad exacerba momentos mucho más simples de lo que parecen. El conflicto principal parece La vida de Adèle con autismo, y las chicas no pueden transmitir nunca ese estado de pasar un día con quien te hace sentir bien, pero no hay un manual para enamorarse de alguien del mismo sexo hace tres décadas, en un pueblo más bien retrógado. El último verano pivotea con momentos geniales de neo-slackerismo cordobés una historia de amor bastante descolocada en ese ambiente. La cámara única y fija condena al histeriqueo de los chicos, porque los expone en situaciones y diálogos demasiado incómodos para gente que ya se conoce, mostrándolos estáticos en escena y en conversaciones circulares sobre la paja de hacer cosas. La insatisfacción veinteañera del mumblecore se queda a mitad de camino entre referencias a la cinefilia y la pandilla de Cinéfilo, y los tramos de la noche en los que ella intenta imponer cierto clima romántico y él está simplemente colgado (o a punto de vomitar) como para reaccionar. La naturalidad y gracia con la que transcurre la secuencia de mayor tensión (una discusión sobre política en el departamento) termina dejando en off-side cualquier intento de declaración generacional o catarsis romántica posterior. El mismo Naranjo es responsable del montaje económico y formidable de Tres D para concretar un polvo, cuando nos revela que la entrevista de Matías a la productora se filma en paños menores de la cintura para abajo. También hay una historia de amor pacientemente construida para que la onda se dé en sólo tres días, y un hotel poco recomendable en el que dos habitaciones de un mismo piso tienen la misma cerradura.

Pero la apuesta fuerte de Tres D es su reflexión sobre el cine, canalizada en los testimonios de los invitados al festival de Cosquín (Prividera tiene el sentido del humor suficiente como para ser entrevistado en un cementerio): podrán no ser necesariamente las ideas del clan cordobés, pero sí las de las figuras que esos críticos/realizadores/programadores admiran explícitamente. Ésta alineación podría acercarse a un tipo de manifiesto cinematográfico por parte de la reciente avanzada crítica cordobesa, tan acogida como incomprendida en Buenos Aires por su falta de egolatrías y polémicas sin años de contiendas personales por detrás, además de un mapa cinéfilo y discursivo alternativo e independiente, lejos de las influencias esperables de los centros educativos porteños. Un signo de esto era la sorpresa que expresaba Martín Álvarez el año pasado en nuestra charla sobre la nueva crítica, distante de las cuestiones de pasillo que suelen nutrir ese tipo de debates.

Que justamente Prividera, Jorge García, Fontán o Campusano aparezcan en Tres D es sumamente significativo, cuando la película compitió contra otra reflexión del cine y su negocio de lo alternativo, pero desde la vereda de la FUC. El escarabajo de oro presenta a la troupe que amamos odiar en una nueva aventura por el interior, persiguiendo resolver misterios antiguos en el nombre de figuras políticas no muy populares. Lo peor del reiterado cóctel es que funciona, aunque el salto a la comedia prueba ser incómodo para un grupo de gente no necesariamente acostumbrada a reírse de sí misma. Es muy interesante escuchar algunas sentencias sobre el ser sudaca y exótico en un mercado eurocéntrico, sobre todo si esas sentencias, sin dejar de ser ciertas, provienen de la pluma de un linaje cinematográfico más bien elitista. Es una linda argentinada para un proyecto danés autoindulgente, aunque se llegue al chiste de hablar mal de ellos pensando que no entienden español. Entre esas cuestiones está la aventura borgeana por un tesoro, y el guión hace lo suyo en un tiempo considerablemente menor al de Historias extraordinarias. Llinás hizo bien su trabajo en la universidad, y el alumno superó al maestro. Y en ese sentido, es por un workshop en Francia que Santiago Loza se sale de sí mismo en Si je suis perdu, c'est pas grave, parándose en un lugar físico y situacional en el que se cruzan historias de actores buscando su inspiración, y de hecho filmando escenas de personajes en sus propias búsquedas para el taller. Loza es demasiado creativo para la densidad con la que produce, por lo que no está mal preguntarse por qué nos viene con el registro de un kiosquito propio, en vez de hacer algo en serio desde lo formal, pero Si je suis... termina siendo una muy buena película en sus propios términos. Hay una estructura clara para presentarnos a los alumnos en screen tests, e ir viéndolos en historias de fragmentos intercalados, sin cruzarse entre sí: la amistad y la buena compañía asoman en casi todas, a través de distintos vínculos. El final, entre dos viejas secuaces enseñándose el Ave María en la cama de un hotel, parece una secuela lejana de AB de Iván Fund, lo que explica un poco la mano de ambos para retratar con calidez esas pequeñas delicias de la vida con amigos y desconocidos amables, y particularmente el oficio de Loza como profesor para sacar eso de gente que en algunos casos jamás estuvo frente a cámaras.

Fulboy desactiva una limitación comunicacional de la que somos víctimas cada fin de semana, logrando que parte del plantel de Platense hable sin cassette, y actúe normalmente y sin vergüenza para un documental invasivo. Más allá de gustos o rechazo por el cuerpo masculino (not that there's anything wrong with that), es tan inédito como valioso ver a los jugadores en bolas o calzones jugando a la peleíta, en la cama o en la ducha, como si de un video viral de gatitos se tratara. Además hay ayuda en el montaje de Marco Berger, lo que significa ver bultos y pitos como si Eyelit hubiera puesto plata en la película. La elección de los momentos retratados más lo que queda relegado al fuera de campo dan una idea de Fulboy, o de las concentraciones de los jugadores de fútbol, como una cajita de cristal que los separa de la realidad y está para evitar que sufran cualquier tipo de molestia previa al partido, más si es definitorio por el ascenso. Esto puede tornarse algo tramposo cuando, inmediatamente después del monólogo de un jugador sobre los sacrificios de la profesión, la película arranca con escenas de pileta y spa al ritmo de una canción R&B, como contradiciéndolo y dándole la derecha a una de las plateas más jodidas con sus propios jugadores. De todos modos la mayor virtud, notable en las escenas de discusión entre Fariña y su hermano futbolista, es la posibilidad que Fulboy le da a los jugadores de identificar y derribar los prejuicios construidos por la representación periodística a través de los años. En O corpo de Afonso, João Pedro Rodrigues busca entre strippers y chongazos desocupados a quien pueda revivir la difusa y corrompida épica del rey portugués, y el respeto que impuso su figura avasallante en el campo de batalla. Ninguno hace un papel deslumbrante, pero en el medio uno descubre a qué se redujeron las vidas de hombres de físicos tan admirables como el de Alfonso.

Otros experimentos estéticos y formales se permitieron reflexionar sobre cuestiones políticas y sociales, pasadas y presentes. El futuro es el paso totalmente opuesto de un miembro de Los hijos respecto a Árboles, el fallido intento etnográfico del año pasado, filmando ahora en 16 milímetros, descuajeringando el montaje y la imagen hasta el límite, mezclando elementos temporales (la fiesta de 1982 en la que suena música de 2011 y cuya resaca avanza hasta el presente de España) e introduciendo algunas ilusiones sueltas en los asistentes a la fiesta, de cara a la lograda democracia y la posibilidad de dejar de ser freaks, al menos en lo cívico. En ese esfuerzo por simular provenir de la época que retrata, es una bitácora válida de un recreo para la militancia esperanzada pero extremadamente cauta después de sucesos como los de Siete días de enero, y una juventud alienada como la que mostrara Arrebato. En Redemption, Gomes llega más lejos e inventa memorias a cuatro líderes políticos europeos, para revelar un pasado noble y lleno de ideales en gente como Berlusconi. Tan poderoso es el corto que requiere al menos una segunda vista, para leer por algún lado a qué circunstancias históricas refieren las cartas, y que las imágenes son found footage revuelto para satisfacer la cuota habitual en Gomes de flirteo entre documental y ficción, realismo y magia. Como en Tabú, demuestra su habilidad para reparar en los detalles que le permitan encarnar a personajes de otros tiempos, y darles alma y poesía en sus propias condiciones, lo cual lo haría un gran creador de fakes en Twitter. Costa da Morte es Leviathan para cagones: la temerosa épica de las aguas, alimentada por las historias de cómo complicaron a piratas, pescadores y nazis, es siempre vista desde lejos, en panorámicas. Después de esos momentos de extraño disfrute sensorial, y consistente en su postura distante, nos llevará de las afueras al núcleo físico y cultural de la ciudad gallega, pasando por sus industrias, sus sierras, bosques, fiestas y paseos típicos. La aridez de esos planos fijos es beneficiosa en evitarnos la posibilidad de mirar con posible desdén a los viejos pobladores que nos narran tantas historias de miedo y engaños, y contemplar los paisajes, las aguas y las calles esperando ver algún fantasma de ese pasado, como si Benning filmara Actividad paranormal. Un poco sobre Benning también va la cosa en Manakamana, que reseñé para el diario del festival.

En Le dernier des injustes Lanzmann se saca de encima su mejor outtake de Shoah, un testimonio enorme que merecía su propia edición. Murmelstein es lo más cercano que existe a una idea lanzmanniana de Oskar Schindler, si Spielberg hubiera retratado a este último con las contradicciones y conflictos morales reales de alguien con la posibilidad de sentarse a la mesa nazi a negociar la vida de parte de sus víctimas. Pero Murmelstein fue un judío alejado de la imagen reivindicada de Schindler, exiliado culturalmente de su pueblo por la frialdad con la que manejó los destinos del gueto de Theresienstadt, y se las arregló para salvar las vidas de varios prisioneros manteniendo una farsa a flote en beneficio de los nazis. Fue una de las primeras entrevistas para Shoah, y Lanzmann sale con los tapones de punta respecto a las connotaciones negativas de Murmelstein en la comunidad judía: el hombre hace su defensa pegándole un paseo discursivo al director, y aprovechando para hacer gala de sus conocimientos literarios y mitológicos, como también despacharse contra Arendt con el argumento de las cosas demoníacas que vio y escuchó debiendo trabajar en coordinación con Eichmann. Fueron siete años, desde lograr la emigración más digna posible para 121 mil judíos de Alemania hasta ser el tercer "más viejo de los judíos" en el gueto modelo que el nazismo ofrecía como fachada amistosa. ¿Se puede lograr semejante tarea planteándola como una meta que provoca una satisfacción personal, como si se tratara de un plan empresarial? El enfoque de Murmelstein sorprende porque se concentró en su meta humanitaria con el mismo nivel de planificación puntillosa e incorruptible que ostentó la tarea alemana en pos del exterminio. Por el amplio espectro temporal que ocupó su labor durante el período del holocausto, Lanzmann no puede servirse solamente del archivo y aparece en escena para acotar información, leer extractos de las memorias de Murmelstein sobre el campo y pegar un vistazo al ejercicio contemporáneo de la memoria en monumentos, placas conmemorativas y sinagogas europeas. Estas intervenciones -en soledad y no entrevistando a alguien- complican el seguimiento durante la primera mitad, porque en Shoah eran mínimas y porque la lírica habitual de Lanzmann no está especialmente diseñada para seguir en detalle una historia tan larga. La discusión que plantea Murmelstein queda rebotando en la conciencia y Lanzmann no se lleva el testimonio a la tumba, que era lo más importante.

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A la salida de El mercado, con un par de amigos no podíamos al menos coincidir en qué no nos gustó del documental. De hecho no pudimos esclarecer si se pronuncia en contra (mi opinión) o a favor del shopping (alguien llegó a decirme que parece o es un institucional), y si trata con cariño o cinismo a los misfits que rondan por el barrio. Es apenas una hora que se hace interminable, intentando a los ponchazos de archivo y testimonios armar una cronología de la metamorfosis del edificio y los intentos cruzados de cambiar la situación de los vecinos, por parte de gestores culturales y ayudantes sociales como de la empresa concesionaria del shopping o el negocio inmobiliario, cada lado con sus intenciones respectivas y esperables. Frenkel filma con la manía de evidenciar el contraste de la atmósfera neoliberal del mall con el corte popular, inmigrante y antiguo de los habitantes a su alrededor, y en la mayoría de los casos no obtiene mucho más que risas con reniegues de jubilados, anécdotas irrelevantes y algunos delirios de los personajes más marginales. Las intervenciones valiosas, que son varias, quedan siempre a la sombra de esa mirada ambigua sobre los entrevistados y los temas a abordar, tibieza que confunde al espectador y no le permite al documental ir más allá de lo anecdótico.

Hace algunos meses me puse a ver P3ND3JO5, para huir horrorizado por la A mayúscula que Perrone quiso ponerle a su arte con cumbieros, mezclando el ritmo con ópera en un mash-up que haría orgulloso a un personaje concheto de Cohn y Duprat. Mauro se lleva todo lo verosímil del Conurbano sin necesidad de alardes expresionistas, pero es tal la intensidad del incienso realista que prende que termina transformándose en una serie de viñetas, y es menos fructífero seguir la trama con sus elipsis que esperar que a la escena siguiente el protagonista aparezca fichando minitas en Badoo, o tomándose una Manaos. Esa fijación por el registro creíble desecha una buena historia, continuamente jibarizada para evitar el tipo de pico dramático de la periferia que siempre queda exagerado en cámara, aunque se tome su tiempo para meter monólogos cinéfilos a través de la madre de Mauro. Es más válido que Perrone juegue a ser Dreyer, o Campusano filme The Wire en Laferrere.

Lo lyncheano en el cine argentino suele ser sinónimo de poluciones de estudiantes en sus proyectos, con carencias de presupuesto e ideas para no transformar una exploración fantástica de nuestra oscuridad mental en un corto meramente bizarro, o “flashero”. Ahora bien, Algunas chicas es Los jóvenes viejos si transcurriera en Twin Peaks: nada de lo que ocurre puede ser más oscuro que las cosas que les pasan por la cabeza a las protagonistas, y tanto lo interno como lo tangible es mostrado con las dosis justas de oscuridad, minimalismo y excitación sensorial, cada vez que son necesarias. Lo que sea que esté pasando con esas chicas (lo cual no se sabe nunca con ninguna chica, pero en este caso puede tener terribles consecuencias) está perfectamente perseguido en tanto se esquiva hasta el final cualquier causa clínica o psicológica, pero también se las baja a la tierra, divirtiéndose como cualquiera lo haría si no fuera tan destructivo, y evitando así la robotización cool de esas acciones a la que se someten historias más o menos similares como Las vírgenes suicidas. De la gestación de una partuza entre los ruidos y las luces de un casino a la angustia de una pesadilla revelada, Algunas chicas provoca todos los viajes posibles de las sustancias en pantalla, y se pone lo suficientemente onírica sin dejar de reflejar lo trashero que existe en nuestros pensamientos más terrenales. Como pude ver Big Eyes, Paula contra la mitad más uno y Arroz con leche, digamos que Algunas chicas fue mi película contemporánea favorita del festival.

2013: 25 discos

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Andy Kaufman - Andy and His Grandmother

Tiene un valor documental bastante similar al de escuchar los intersticios en las sesiones de SMiLE: uno leyó tantas cosas increíbles sobre Brian Wilson en ese proceso que sorprende bastante escuchar a un tipo totalmente tranquilo aunque meticuloso en su trabajo, y un montón de bromas cordiales entre los hermanos y los músicos (obvio que nunca editarían oficialmente el audio del padre borracho cagándolo a pedos, aunque correspondan a las sesiones de otro disco). En el caso de Kaufman las intimidades poco decorosas son parte del programa esperable, aunque retratan fragilidades y noblezas poco conocidas del célebre guasón de la paciencia y la credulidad ajenas. Con los claros requerimientos de atención a audios poco conectados entre sí, y la necesidad de un poco de contexto, Andy and His Grandmother cumple como retrato transversal e ingenioso de una figura difícil de abarcar sin repetir conceptos, como el archivo de momentos familiares y otros más zarpados de una mente infantil, o al menos como un buen compendio de inéditos para quienes no conozcan las aristas más ortodoxas del humor de Andy.

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RP Boo - Legacy

Mito: RP Boo es el inventor del footwork. No tiene importancia cuestionar o chequear el dato, sobre todo cuando Legacy es una compilación apropiada de una década de su carrera en el género, y un buen lugar por donde comenzar a conocer sus crecientes posibilidades de expansión. Sobre el lienzo nuevo en el que RP Boo hizo lo suyo en estos años, se encuentran obviamente los basamentos de lo que harían sus discípulos y sucesores inmediatos, aunque en el proceso el pionero logró una facilidad casi exclusiva para poder plantear las canciones como piezas pop, con partes definidas y sampleos, beats y melodías que hacen bastante sencilla la escucha estática (aunque a 160 BPM el pasito no es nada sencillo). Indefectiblemente este no es el caso en todos los tracks, pero todo deriva en un extraño y positivo resultado para un lote de singles escupidos en dirección a la pista, sin conciencia previa de ser reunidos en un LP. El presente del footwork está muy bien retratado en esta reseña.

23

Daftside - Random Access Memories Memories

Aunque en los papeles sea un homenaje, prefiero concebir el primer disco de Nicolas Jaar y Dave Harrington (que no habían lanzado su primer álbum bajo el alias Darkside y ya tenían este proyecto paralelo) como una respuesta musical y cultural al RAM de Daft Punk. Las remixes cambiaron una producción carísima por archivos de bajo bitrate seguramente hechos en Macbooks, ediciones lujosas por un streaming en SoundCloud y, sobre todo, una recreación obsesiva de corrientes majestuosas de los setentas por un minimalismo contemporáneo. Jaar y Harrington fueron poco respetuosos del sonido original y la investidura de sus creadores, por lo que correctamente tamizaron hacia su zona segura las cuotas de guitarra, vocoder y falsetes necesarias para una receta mucho más etérea. Ya en este campo son conocidas las habilidades de Jaar, pero Harrington tiene que salir a complementar o reemplazar partes de gente como Nile Rodgers, y lo hace con líneas propias nutridas en cadencia y sensualidad, que son totalmente apropiadas y efectivas para las reglas particulares de este disco. Escuchar también Psychic de Darkside, en el que el dúo profundiza las ideas.

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Laurel Halo - Chance of Rain

Avisó de su renovación de este año con Behind the Green Door, y en el primer track de este disco garabatea melodías con un sintetizador, como disponiéndose a joder un rato con el techno. Si en 2012 se nos había animado a cantar y todo, ahora nos venimos a enterar de que tenía una terrible claustrofobia latente. Un poco como Oneohtrix, Halo arma pequeñas suites de los desperdicios, por lo que la desintegración es la continuidad, pero donde Lopatin juntó sampleos irrisorios que encontró en algún torrent, Halo emprendió una anarquía con sus propios instrumentos, cercana en forma y técnica al free jazz pero irónicamente encolumnada en los cuatro cuartos. En un acercamiento repentino al género, llegó al núcleo de dos grandes tesis de Ricardo Villalobos (Thè au Harem d'Archiméde y Re: ECM), cuando muchos sólo pueden apuntar a hacer minimalismo decente con algunos vinilos viejos.

21

Lil Jabba - Scales

El año pasado, un tonto que no quiero mencionar pero está escribiendo estas líneas mencionó en su lista de discos de 2012 que el footwork no tendría demasiado futuro (ver puesto 10). Pero a mi favor hay que señalar que la corriente podría disolverse, si el poder de acción se redujera a convertir clásicos de R&B o canciones formalmente lejanas al ritmo y coyuntura del footwork. Scales abre una ventana bastante amplia: tremendamente accesible para la tapa horrenda que tiene, y hecho en Nueva York, parece mucho más una versión relajada de Richard D. James que un intento de echar sombras sobre una pista de baile en Chicago. Al no aferrarse a las frases en loop, ni los gritos de guerra soul, las canciones toman direcciones sorpresivas y no se quedan en el truco de la modernización de un concepto. Si llenar de beats al Wu-Tang, Herrmann o el pop ruso de los noventas se terminara gastando como me temo, quedaría claro que el siguiente destino es el cosmos.

20

Ka - The Night's Gambit

Si este año leyeron demasiadas cosas sobre un gran disco de hip-hop minimalista y concreto, hecho por un artista que empieza a transitar la veteranía, no miren hacia otro lado. Con el cariño que le tengo a Kanye, debo decir que en 2013 este colega de nombre artístico parecido pero truncado en su etimología sacó un álbum que dice las mismas cosas sobre la posibilidad del auteur en el género, sólo que de una manera mucho más artesanal y encarnada, distante del enfoque de diseñador con el que Yeezy hizo (que otros hicieran) su trabajo: a sus 40 años, Ka produjo artísticamente sus canciones, las editó a través de su propia pyme y sigue llevando al correo las copias del disco que vende por Internet. La inmersión que provocan los beats, su voz y las oscuras historias narradas lo terminan distrayendo a uno del hecho de que se enganchó a 39 minutos de canciones con una proporción ridículamente mínima y lenta de percusión, y un flow haragán de letras desasnadas en el arte de sobrevivir en el tablero.

19

Raspberry Bulbs - Deformed Worship

El disco de tapa rosa favorito para todos en 2013 fue Sunbather de Deafheaven, pero a mí mi metal me gusta sin doble bombo, ni falsete apocalíptico. Hasta que logre entender qué dicen las letras, el planteo lo-fi de tanta oscuridad parece el del demo de una banda que quisiera grabar algo mucho más prístino, y obviamente caro para sus posibilidades. Ese acercamiento infantil, y probablemente molesto para puristas del género, deja ver un ingenio bastante expeditivo con los riffs, que en la latosidad reinante son el ancho de espadas del disco. Desde la aparición shockeante de Liturgy, el metal está lidiando con nuevos artistas y enfoques, que alteran la solemnidad y la masculinidad cavernícola de los rincones más oscuros del género. No sorprende que el disco debut de Raspberry Bulbs se haya editado en la compañía de Dominick Fernow, que viene aportando un toque naif al pandemonium contemporáneo por el lado de la electrónica, con Vatican Shadow. Para ignorantes de la cuestión como yo, se habla de esto en entrevista a Marco del Río.

18

Kelela - Cut 4 Me

Para el fan prototípico de la plantilla de Fade to Mind, la voz de Kelela causa un placer contradictorio con sus gustos musicales. Un hipster resentido no espera discos tan buenos como ambiciosos de una chica con pinta de corista de Los Cafres. La voz es cálida y directa, y hace que las producciones alienadas en los beats cobren formas mucho más simples y accesibles que en sus versiones desintegradas (prueben cómo les va con cualquier disco instrumental de los productores en Fade to Mind, si no me creen). Como bombón helado de R&B es una confirmación de la tendencia: el mainstream viene morfando mucho gracias a sonidos minimalistas e inorgánicos, surgidos de editoras pequeñísimas y perfiles ignotos de SoundCloud.

17

Omar Souleyman - Wenu Wenu

No sin un algún inconveniente, Omar finalmente explotó de este lado de Greenwich. Kieran Hebden tuvo la responsabilidad de darle el primer gran salto técnico al género del dabke, cuya ingeniería de producción a través de los años consistió en grabar en cassettes los recitales de fiestas de casamiento en Siria. La esquematización de las repeticiones en los instrumentos deben contrastar con un aspecto mucho más improvisado de los registros en vivo, pero la producción es sumamente respetuosa del estilo y la figura a cargo. Obviamente nos daría una gran culpa blanca que Hebdan anduviera metiendo mano en las canciones de Souleyman para intentar volver su música más "accesible" a nuestros oídos, pero lo cierto es que el dabke no reniega de ritmos que ya conocemos del reggaeton y la electrónica, o los ornamentos de sintetizador en delirios orientales del pop americano, y el mismo Omar ciertamente sabe cómo hacer mover a audiencias extranjeras. La única costumbre occidental que debería adquirir es la de extender canciones para venderlas en singles, porque el track Wenu Wenu es demasiado adictivo para durar sólo siete minutos.

16

Marnie Stern - The Chronicles of Marnia

Reconozco que el libertinaje guitarrístico de Marnie Stern (disco de 2010) era demasiado para mis oídos, y The Chronicles of Marnia es exitoso en algo complicadísimo como comprimir esa adrenalina en moldes más convencionales. Además este no es el disco que representa una catarsis por una situación terrible, como lo fue Marnie Stern respecto al suicidio de su ex-novio, sino el eco en el cerebro de una mujer a poco de cumplir 40 años, sin saber si va a poder vivir de la vocación o va a tener que seguir tirando entre las clases de guitarra y las ventas que hace su madre por eBay. Y todo siendo la mejor guitarrista del rock actual. La mejor evidencia al respecto es el episodio de Weird Vibes que hicieron con su paso por SXSW, en el que las partes extra-musicales muestran a una cougar marimacho obsesionada con su mascota, en el medio de un festival lleno de pendejos precoces. Su virtuosismo se pone al servicio de cortes casi punk, que terminan potenciando el contenido math rock de las canciones. Es el sonido de la inseguridad, la contradicción y las ansiedades en una edad propia de caerse del árbol, ejecutado por una artista versátil y madura.

15

Factory Floor - Factory Floor

Este año varios han venido a pechear procesando excesivamente sus voces en un contexto industrial poco amigable, casi siempre bajo consenso crítico sospechoso. Los Factory Floor, al menos, se animaron a hacer canciones bailables del asunto. Aterrizaron en una editora acostumbrada a los beats hipnóticos con más de cinco minutos de vuelvo propio, pero sumaron una cuota considerable de alienación, en la repetición enfermiza de los instrumentos, los efectos en la voz y las letras metafísicas; el ingrediente inglés oblicuo a las neurosis neoyorquinas más típicas de DFA (lo mismo sucedió hace unos años, cuando Hercules and Love Affair hizo sus tesis sobre la música disco y la electrónica en Chicago). Previo a este álbum tienen un 12" con remixes de Chris Carter y Stephen Morris, como para hacer un poco más obvias las influencias.

14

Jerusalem In My Heart - Mo7it Al-Mo7it

Separando por un instante la obvia cuestión del cruce cultural que provoca, Mo7it Al-Mo7it conquista en la manera hipnótica en que el buzuk se estira sobre el canto de los pájaros, los sintetizadores interrumpen con furia esa calma y la voz de Radwan Ghazi Moumneh rasguña los canales en lo que parecen ser lamentos (pero en esta entrevista se pide no asociar automáticamente a plegarias, para no caer en un estereotipo sobre el tono de voz árabe). El disco, compuesto por un libanés de nacimiento, criado en Omán y hoy profesional de la grabación musical en Canadá -más banda compuesta por un francés y una chilena-, llega a un momento supuestamente muy globalizado de la música para plantear jodidos dilemas sobre la asimetría en los flujos de influencia entre oriente y occidente, la manera en que nosotros procesamos el folklore ajeno y la increíble necesidad de nuestro procesamiento para que dicho folklore renueve su repercusión con la juventud oriental. Mo7it Al-Mo7it es un gran embajador, para familiarizarse con las especias del este y redescubrir las posibilidades del drone.

13

The Haxan Cloak - Excavation

El problema con Excavation es que no parece que fuera a recular nunca. Lo melódico se alimenta sólo de lo disonante y lo sórdido, y la percusión es un flagelo constante que vemos llegar sin poder evitar: lo que en cualquier disco conocido es apenas un intervalo de paso a un tramo más estable en este caso parece la regla. Krlic cae en algunos clichés cinematográficos en su propósito de perturbar al oyente (gritos repentinos, cuerdas en macabra escala descendente), pero en el camino el disco trasciende la pose de banda sonora apócrifa para encarar una mezcla más definida e interesante, entre el ambient y el drone, que con el concepto de fondo transforman el shock gratuito en quiebres necesarios.

12

Run The Jewels - Run The Jewels

En su pedido a la prensa en Instagram, El-P y Killer Mike deschavaron algo más que la existencia de un par de preguntas fáciles para salvar una entrevista. Si los blogs no tuvieran injerencia en el diálogo con los artistas cosas como ésta no habrían sucedido nunca, y si durante 2013 ésto fue un terremoto increíble y ésto una estrategia de marketing patética pero no sorpresiva el panorama obviamente parece crítico. En la densa inmediatez de Internet, llenar espacios con think pieces y periodizaciones innecesarias en vez de remitirnos a los álbumes y sus componentes se está volviendo costumbre, y un signo claro es preguntarle a dos figuras que acaban de sacar un discazo qué piensan de lo que opinó un rapper sobre otro. De hecho, todos esos intentos de encontrar el zeitgeist de nuestros días deberían concentrarse en comenzar a evaluar los matices de la trayectoria del dúo hasta este disco, y cómo los concentra en 33 minutos de enorme eficiencia en beats furiosos, fraseo acelerado e ingenio afiladísimo para las alegorías. De la catarsis de Fantastic Damage (2002) al testamento político de R.A.P. Music (2012) estos dos llevan una década tomándole el pulso a Estados Unidos, sin necesidad de improvisar antropología para entenderlos. Es cuestión de ir a los discos y hacerse las preguntas que correspondan.

11

Varios artistas - After Dark 2

Debería ser uno de esos CDs de difusión que las editoras mandaban a las radios para ahorrar costos y juntar todos sus singles de la temporada, pero los fanáticos de Italians Do It Better esperaban en esta secuela el regreso de artistas cuyo único material provenía del compilado anterior. Además de la calidad excepcional e inédita de los temas, que cuando no son nuevos son reversiones, la vigilia instantánea por algún sitio oficial o de descarga se justificó porque la serie After Dark presenta a un lote de bandas -con Johnny Jewel de coordinador y varios miembros en común- que se mueven en estéticas e intereses muy similares, como las inferiores de uno de esos clubes modelos sobre los que los periodistas deportivos disfrutan sermonear. Se editan como un rejunte de material descartado y alternativo, pero en la línea común de italo disco, sintetizadores y vocoder parecen formar un disco de concepto premeditado. En esa pequeña trampa de la multiplicidad de proyectos con pocos cerebros a cargo, IDIB mantiene el aura de cofradía que rodeaba a los principios de DFA, o que hoy encara Nicolas Jaar en Other People.

10

Autre Ne Veut - Anxiety

Este año logré una entrevista con Arthur Ashin, cajoneada por la revista que iba a publicarla (no le iba a cambiar la vida a nadie, pero no estaba nada mal). Quizá no logré que me explicara bien qué pasó en los últimos tres años, para que dejara de ser una curiosidad hipnagógica y lograra un segundo LP tan fuerte y directo en lo que expresa. Lo cierto es que tal transformación nunca existió, y la realización más dedicada de Anxiety -contra la grabación en dormitorio de Autre Ne Veut, de 2010- resaltó las intenciones auténticas de sacudir con un poco de drama a un R&B actual demasiado cómodo en su aspecto smooth, sólo que con los trucos de producción de la época de Purple Rain. Ashin insistió en esquivar la ansiedad del título del contenido de los temas, pero los climas y las letras del disco debut son canciones de cuna al lado de la urgencia y desahogo constantes del segundo. En esa falta de prejuicio para el lamento, solos excesivos de guitarra y sintetizadores tocados con bruxismo, se desentiende del cinismo y lleva cualquier estilo que le sirva a una zona segura. Cuando le pregunté qué sonido quería lograr en el futuro, pensó en una mezcla entre música trap y Meredith Monk, el barroco posmoderno que explica perfectamente la idea de sus discos, y seguramente era la respuesta a mi pregunta del principio.

9

inc. - no world

Como si los xx viajaran una década hacia atrás, éste fue el sonido del minimalismo total sobre el neo-soul: nadie grita, las canciones no explotan y los romances están viciados. Es un prisma emo muy original, porque no se inclina hacia el histrionismo y el virtuosismo técnico del R&B más prístino (Beyoncé, Frank Ocean, Miguel), ni a la resaca crónica de The Weeknd: no world es un desfile de susurros, golpes suaves al borde del redoblante y teclados agonizantes con ganancia de decibeles, feels que podrían durar cualquier cantidad de tiempo como los momentos de calma resignada en una relación ya condenada.

8

Ty Segall - Sleeper

Unos meses en silencio (que en el estándar de Ty es muchísimo tiempo sin sacar un disco) y una dirección totalmente nueva. Influenciado en el humor por problemas familiares, no necesariamente plasmados en las letras, el unplugged no parece una decisión tomada con premeditación (el efortless que tanto se menciona en la entrevista linkeada), pero a su vez los conocimientos sobre Bolan son los suficientes para hacer un buen trabajo. La segunda mitad se vuelve definitivamente más sureña pero dispersa, por lo que semejante volantazo respecto a discos anteriores (los de 2012 fueron particularmente ruidosos) pudo haberse realizado de manera más prolija, de no ser por el estilo guerrilla de Ty, que escupe canciones con la paciencia de un rapper adolescente: este año sacó al menos un segundo tomo de covers de -adivinen- T. Rex, más un disco con el proyecto Fuzz. Su mejor álbum sigue siendo Goodbye Bread, pero en ese momento nadie contaba con los matices que comenzó a explorar en Sleeper.

7

Sandwell District - Fabric 69

Un aleph de la oscuridad creciente y reciente en el techno, a la vez que un testamento para un proyecto de una década, y una amistad que lleva el doble de tiempo. La compilación es increíblemente fiel y representativa de los inicios y desarrollos de Regis y Function, como también de los resultados de su influencia en corrientes y artistas contemporáneos. Tiene el extraño encanto de superar la hora y cuarto, y en el camino no dejar de ser un catálogo de iniciación a la materia bastante concreto, ni una mix enfermizamente ensamblada para permitir el movimiento sin escatimar en perversidad. ¿Cuántos otros pueden cerrar una etapa tan fructífera de su carrera demostrando de manera tan plena sus habilidades? Dos de los artistas incluidos fueron grandes entretenimientos en 2013: Vatican Shadow en reedición y disco nuevo, y Factory Floor, ocho puestos arriba en esta lista.

6

Deerhunter - Monomania

No nos precipitemos: en el año en que una banda tuvo que usar quichicientas invocaciones a simbologías de varios países totalmente inconexos sólo para declarar que volvieron con un disco más bien bailable, que un hipster nos venga a sermonear sobre el Rock con mayúscula es un daño totalmente menor. Por si no lo leyeron muchas veces en otros blogs y sitios: la enciclopedia pocket del rock yanqui que emprende Deerhunter incluye definiciones de ruterismo sureño setentoso ("Dream Captain"), indie sensible con identificación por la universidad local ("The Missing"), diálogos iniciales con el skiffle en Inglaterra ("Back to the Middle"), noise pretencioso ("Monomania") y folk de gordo pelado con problemas mentales pero adorado por Kurt Cobain ("Nitebike"), entre otros apartados, a la vez que todo remite a alguna exploración paleontológica en un disco anterior de Deerhunter. Lo irritante en la pose de Cox por emular los comportamientos del rock que hace algunas décadas podían impresionar al público se compensa con el ojo detallista en la producción, y en cómo los instrumentos se tocan alrededor del estilo retro deseado. Foxygen tuvo este año una obsesión bastante similar, pero por la historia de la canción británica joven.

5

Death Grips - Goverment Plates

Vendría a ser lo peor entre cuatro discos de Death Grips, por desparejo, incoherente y desprovisto en la mayoría de sus pasajes de las letras escupidas por MC Ride. Pero después de unas escuchas, las dos canciones más completas ["Birds" y "Whatever I want (Fuck who's watching)"] entre la paleta mayormente instrumental del resto del disco terminan sintiéndose fuera de lugar. Es que ese accionar antojadizo y anárquico del dúo (bueno, estas son algunas muestras) no se traduce realmente en las estructuras de los álbumes anteriores, que de hecho parecieran ordenar cerebralmente la energía arrolladora de las canciones. Como decía, la forma misma de estas canciones no ayuda en ese sentido: son piezas de Grime y Footwork adaptadas a la lente de los beats anteriores de Death Grips pero sin la necesidad de servir a moldes más convencionales de Hip-Hop, como para que las letras se distribuyan en estrofas y estribillo. Salvo los dos títulos antes mencionados y "Anne Bonny", ninguna supera los tres minutos, y todo pudo haber sido pensado unos meses más para expandirlo, ornamentarlo y ordenarlo. No es el sentido con Death Grips: la seguidilla de beats funciona en el vértigo que provocan, pero en la falta de letras lo que gana protagonismo es un sentido lúdico, mucho más oculto cuando MC Ride introduce sus mensajes contra el sistema en la ecuación. Government Plates demuestra que el dúo se divierte como un par de nenes cuando se hacen sus bestialidades, pero además sus canciones podrían ser un interludio totalmente pasable en alguna pista de baile algo vanguardista.

4

Jon Hopkins - Immunity

Teniendo en cuenta el currículum de colaborador que ostenta Hopkins, Immunity es un álbum muy movido para un tipo que es prácticamente el cadete de Eno, y no tan amistoso para venir de alguien que aportó al disco más vendehumo de Coldplay. Concretamente su genio se encuentra en la manera en que se acercó a cada proyecto, plantando una idea propia sobre sonidos y necesidades completamente distintas, u opuestas. Su aproximación al dance es la pesadilla de cualquier astro mainstream de la EDM actual: las texturas de las melodías sintetizadas son agresivas y abrasivas, y las canciones, de ritmos y BPM bastante tranquilos, salen a comer los oídos como si fueran un vómito dubstep. El segundo cuarteto de canciones baja notablemente las armas, demostrando que la influencia de Eno no sirve solamente para hacer disquitos de estadio vendibles.

3

Savages - Silence Yourself

Se fue el año de Pussy Riot, el capital erótico, La vida de Adèle, Viola y Shaking the Habitual, y seguramente la introducción en batería y bajo de "I Am Here" haya sido el argumento más fuerte y concreto a favor del feminismo en 2013. Detrás de los manifiestos en mayúscula y la imagen celosamente cuidada estuvo la música, y ningún disco fue más directo este año: como alguien muy seguro de cómo dominar en un polvo algo agresivo, Silence Yourself ataca con firmeza pero con paciencia, y la fuerza propia del primer álbum está diseminada como si las tipas tuvieran muchos más años tocando, cuando las canciones las invitan constantemente al exceso. Cualquier video en vivo confirma que la fuerza arrolladora de la banda es totalmente femenina, y con lo hermosas que se visten para salir a sodomizar instrumentos cualquier atisbo de curiosidad sobre sus inclinaciones sexuales es irrelevante. La idea de anular el logro de este disco por la reminiscencia a Siouxsie atrasa tanto como pensar que las minas se dan entre sí para calentarnos a nosotros. Cuando en estas tierras sucumbimos a las discusiones circulares y las cómicas feministas contraproducentes, estas cuatro se dieron cuenta de que son el sexo fuerte, y simplemente actúan en consecuencia.

2

Kurt Vile - Wakin on a Pretty Daze

Debía cumplir con el mandato del disco doble después del consagratorio, pero eso habría ido en contra de los modos de un señor tan pancho y relajado. En cambio, Wakin... empuja un poco más los límites propios de la reflexión estática, las enseñanzas aceptadas en paz y las memorias de un equilibrio crónico; en duración, repetición y slide. Ese estado en la mente tan señalado en todas las reseñas del disco está muy bien plasmado en la consistencia de las canciones, que nunca entran en un pulso posible de poguear, e incluso con la distorsión y la batería firme se terminan disolviendo en la energía uniforme que necesita la voz de Vile. "it's a big world out there (and i am scared)" tiene algunos descartes y versiones alternativas que completan la pista de lo que Vile tiene entre manos, detrás de esa pose supuestamente tan despreocupada: un fresco de la música blanca del sur, reinterpretada desde el mantra.

1

Dean Blunt - The Redeemer

Hace unos meses me preguntaba si Blunt no acababa de sacar un álbum que quebraba un esquema de poses y enigmas cínicos en la música alternativa. Dos meses después, el hombre colgaba un disco nuevo en un sitio ruso, sin avisarle a nadie. En definita, si Bon Iver sacaba The Redeemer habría sido el mismo mejor disco de 2013 (y con mayor consenso, por portación de nombre). Todas las libertades que se toman las canciones en su exposición de la catarsis terminan siendo beneficiosas al conjunto: los tramos oníricos en las cuerdas, los interludios de diálogos incómodos a través de contestador, las baladas folk más ortodoxas y los derrapes concretos en melodías girando sin sentido, como las ideas después de una separación. Ese cruce constante entre la representación dramática del rompimiento con las tecnologías que usan tanto los ex novios de la historia como Blunt, Inga Copeland y cualquier otro músico involucrado en la grabación, son la esencia de la época que el disco guarda como si fuera un frasco de perfume. En momentos en los que rezongamos con las redes sociales por boicotearnos relaciones supuestamente puras y transparentes con neurosis y paranoia, The Redeemer es un buen recordatorio de que nosotros mismos somos amarretes, histéricos e ingenuos, y que cualquier canal digital sólo viene a desnudar nuestras miserias.